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Cuando Dios da su ALEGRÍA...

La ALEGRÍA... el hilo conductor de esta Semana Santa está presente en todas partes en esta celebración, pero discretamente, como en sordina: alegría contenida, alegría discreta, brisa ligera en el umbral de la tormenta que se acerca. Nos gustaría mantener el hilo cuando la prueba inevitable se abata sobre nosotros: tratemos de llenar nuestros oídos con su canto que nos dice como a Cristo en la Última Cena, pero también como al Cristo de Getsemaní: « ¡Ven hacia el Padre! ».

ALEGRÍA presente en todas partes - ¿no es eso la Eucaristía? ¿No hay un parentesco escrito en el mismo vocabulario entre la gracia Χαρις y la alegría Χαιρος? Celebramos la Buena Gracia de Dios, la alegría maravillosa que surge de él para invadirlo todo, de una persona a otra: una Alegría de Él, más allá que la de todos nosotros. Una alegría difícil que se conjuga con el sufrimiento, como todas nuestras alegrías tan precarias cuando se mira de cerca.

 

Es la Alegría del PAN Compartido... y Jesús toma pan para compartirlo. Pero este pan es también el signo de la muerte inscrita en el grano, en la cosecha y en el sufrimiento vivido en el sudor, en el problema. Es la alegría desbordante del VINO la que alegra el corazón del hombre… y Jesús hace circular la copa. Pero este vino, es también la sangre del racimo que se ha tenido que exprimir hasta la última gota y dejar desangrada.

La alegría comunicativa de la CENA, donde la comida recorre un camino de fusión que sigue siendo el sueño de la amistad entre comensales… Pero una vez terminada la comida, volverá el hambre y habrá que separarse. La maravillosa alegría del LAVATORIO: el agua sobre los pies y el bienestar del cuerpo entero, purificado, refrescado, rejuvenecido… Pero el camino no está terminado, lo que empañará nuestros pies. ¿Quién no se ensuciará otra vez?

La Alegría tranquila del SERVICIO, del trabajo realizado, y la Alegría orgullosa del siervo: Jesús va hasta el extremo de esta alegría, más lejos que nosotros, porque quiere ser siervo de todos, y el Maestro está en otra parte, pero cada uno de nosotros lo hace cercano. Porque este Maestro es su Padre y el nuestro, y nosotros somos sus hermanos, incluido Judas.  He completado la obra que el Padre me ha dado… La Hora del cumplimiento suena aquí, en la incomprensible pero real alegría de este gesto del siervo dispuesto a entrar en la alegría de su Maestro, a pasar al primer lugar que le corresponde por haber reclamado sólo lo último, en solitario. La Alegría del siervo que deberá reflejarse en la del ministro: Haced como yo he hecho… en memoria mía. Y el sacerdote será ministro, testigo, servidor de esta última alegría de Jesús haciendo vibrar todo con su Presencia.

Alegría secreta del DON… Cuando tomamos los medios que nos deja para seguir sirviendo, reconociéndolo en los más pequeños de los suyos: ¡Tenía hambre y me distéis de comer! Tenía sed... ¡Más alegría en dar que en recibir! Pedro comienza a comprenderlo cuando ve al Maestro a sus pies: ¡Tú me vas a lavar los pies, a mí! Más tarde se dará cuenta de que la alegría de Dios nunca es hacer las cosas a medias por sus amigos.

Alegría profunda de la AMISTAD, del AMOR… que conforta y tranquiliza incluso cuando la amenaza está allí y, fuera, es de noche cuando Judas sale. Alegría difícil cuando el Amigo dice que se va: Vosotros estáis tristes… ¡Si me amarais, os alegraríais porque yo voy al Padre! Jn 14, 28. La tristeza es mala consejera: no está en armonía con el olvido de sí mismo.

Alegría única del CUERPO entero… beneficiario del pan y del lavatorio, del servicio, del don, del amor mismo, en el que siempre participa. Y entonces surge el misterio: ¡Tomad, este es mi Cuerpo! Tomad todas estas alegrías que son vuestras, son carne de mi carne, alegrías de mi alegría en la Alianza que vengo a consumir con vosotros, en estos esponsales en los que me uno a vosotros para lo mejor y el más allá de lo menos bueno. Y el cuerpo mismo es sólo el signo... signo perecedero. La muerte está ahí fuera. ¿Qué haremos si el signo de la Alegría no es más que un cadáver traspasado, un corazón al que la vida ha abandonado?

Sí, la Eucaristía es el gran documento de la ALEGRÍA, el signo de una realidad presentida... Todas nuestras alegrías humanas tienen su lugar allí para convertirse en signos concretos de la alegría a la que Dios nos atrae, la del Hijo. Pero tienen que pasar por los dolores de un parto: Vosotros vais a llorar… vuestra tristeza se convertirá en Alegría. ¡Es como la mujer a punto de dar a luz!

¿Qué quiere decir? Recordad:

- Cuando Dios da su Alegría, hay RESTOS como en la multiplicación de los panes. -Cuando Dios da su Alegría, es la mejor, la del final, como el vino de Caná. - Cuando Dios da su Alegría, el cuerpo entero es puro, como el del leproso, como en el baño de un nuevo nacimiento. - Cuando Dios da su Alegría, es la del AMOR más grande: Amaos los unos a los otros como yo os he amado… ¡Os digo esto para que mi ALEGRÍA esté en vosotros y vuestra ALEGRÍA sea completa! Para que mi ALEGRÍA esté entre vosotros, y que todo en vosotros sea sacramento de mi Amor por vosotros, del Amor del Padre por mí.

H. Christian, homilía para el Jueves Santo, 4 de abril 1985