La ALEGRÍA en la fe desnuda...
Ayer fue posible hablar de ALEGRÍA… incluso teníamos elementos de referencia que nos permitían, al parecer, entrar en la alegría multiforme de la eucaristía: ¡alegría del pan, del vino, de la comida, de la fiesta, del amor, del cuerpo! Pero aquí, hoy, ante el absoluto del sufrimiento, ¿tendremos la audacia de hablar de alegría? Todas nuestras pobres alegrías de ayer terminan aquí al pie de la Cruz, heridos de muerte, magullados, desfigurados: ¿quién pensaría en repetir los gestos de ayer? El hilo está roto, la alegría seca. Y sin embargo, Aquel que está allí, clavado en la muerte, nos ha pedido que hagamos esos gestos, sabiendo ya lo que le sucedería a Él… y esta Cruz forma parte de la eucaristía, más y mejor aún que el pan y el vino… y la palabra que rebota en nuestros corazones nos viene de Él, todavía fresca: ¡Si me amarais, os ALEGRARÍAIS porque yo voy al Padre!
[…] Tenemos un buen presentimiento al respecto, pero sólo la Cruz puede decirnos.... la verdadera alegría cristiana es una tristeza vencida. Desde este monte del Calvario descienden en cascadas las incomprensibles Bienaventuranzas, proclamadas en otro monte al inicio del recorrido: BIENAVENTURADOS.... los pobres, los perseguidos, los hambrientos... Qué es, pues, esta FELICIDAD con la cara sonriente en la que se sumergen todos nuestros sufrimientos, todas nuestras luchas por la paz, la dulzura, la pureza del corazón, todas nuestras lágrimas: Lloraréis y os lamentaréis; el mundo se alegrará, pero vuestra tristeza se convertirá en Alegría.
[…] Hacía falta la cruz para que este mensaje encontrara su longitud de onda, su trayectoria, su LIBERTAD plena. En esta hora de entrega total, en la que todo está en la picota, la libertad de Jesús tiene un solo campo de acción: esta ALEGRÍA a riesgo de su vida, de su sufrimiento, totalmente PUESTA en Dios, ENTREGADA en manos del Padre, en la fe desnuda. Esta libertad, esta alegría, este es su Espíritu, esta es su vida: nadie puede quitársela. ¡Él la da!
¿Y nosotros? Debemos decir en la misma fe desnuda que este sufrimiento, y esta muerte, no son obstáculos para la alegría… son el CAMINO. No se trata de rechazar la Cruz en un pasado cumplido en el que se ha levantado una mañana dorada. Tampoco podemos dejar atrás nuestro pecado como un hecho consumado. Nuestro pecado permanece ante nosotros (Salmo 50)..... y la Cruz con él. Y debemos seguir caminando hacia la Cruz como María Magdalena que todavía sabe reconocer en ella su única tabla de salvación, y también, como María, la nueva Eva, que conoce el precio que hay que pagar por este fruto del árbol de la vida y para que nazca en cada uno de nosotros un verdadero hijo de Dios. Con María, con la Iglesia, caminamos hacia la Cruz, llevando a todo este pueblo de Dios cuya oración expresaremos.
Sí, la ALEGRÍA que buscamos aquí abajo no puede evitar la cita de la CRUZ, el paso obligado de todas nuestras alegrías pasajeras… y esta alegría crucificada, ya nadie nos la puede arrebatar, sin duda porque en realidad muy pocos la codician, y también, y sobre todo, porque Dios SE ENTREGA por completo y este don es sin arrepentimiento. Pero tendremos que aprender paso a paso a amar cada vez más en la pura pérdida del yo: este es nuestro camino de la Cruz. Saber superar todo este tugurio que nos impide construir nuestra alegría sobre la roca del Calvario... donde la magnificencia de María se convierte en Eucaristía de la Iglesia: Mi alma se regocija en "mi Jesús", se ha inclinado.... de ahora en adelante todas las edades me llamarán bienaventurada.
La adoración de la cruz, en Oriente, se hace el día de Pascua, y la liturgia proclama: «Adoramos tu cruz, Señor, y alabamos y glorificamos tu santa resurrección: así por la madera de la cruz la alegría ha venido al mundo entero».
H. Christian, extractos de la homilía para el Viernes Santo, 5 de abril 1985