[…] Cuando Él venga, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad plena…
[…] He aquí que Jesús nos envía más lejos que la letra de las Escrituras, más allá incluso del tiempo y el esfuerzo que se tomó de decirnos o de vivir concretamente cuando él estaba entre nosotros. Nos repite así que la verdad de la fe nunca será buscada en primer lugar en el plano del discurso o de las palabras, ni siquiera en sus «ipsissima verba», como podría haberlas grabado un magnetófono. Es en una relación con el Padre donde él quiere introducirnos - una relación preexistente a toda existencia creada - una relación que sólo el Espíritu puede comprometer porque la verdad del Espíritu es ser esta relación. La mentira que hay que evitar es y será siempre la que se establece en nuestras relaciones. El diablo es padre de esta mentira.
Ha paralizado todas las comunicaciones sociales. Incluso trató de congelar nuestra relación con Dios en una letra de ley, en un enunciado de fe intangible. Pero el Espíritu quiere liberarnos de esto también para guiarnos hacia la verdad plena, es decir, hacia la relación plena. La verdad del dogma siempre debe verificarse, es decir, es una verdad que hay que hacer; y esto nos da el sentido mismo del misterio que celebramos.
Este misterio, en la medida en que se nos revela, es ciertamente indemostrable... pero no es inverificable. El misterio cristiano no es un muro que prohíba toda pregunta sobre Dios. Por el contrario, el misterio cristiano es un avance, un ángulo de acercamiento a un Dios en perpetua revelación de sí mismo, una perspectiva abierta por el Espíritu que nos conduce hacia la Verdad plena. Debido a que esta aventura ha sido conocida a través de la humanidad de Jesús, sabemos que el misterio de la Trinidad es también misterio del hombre creado a imagen de Dios. En nuestra vida de hombre nos será dado comprobar en el Espíritu lo que el mismo Espíritu nos dice de Dios. Así, cuando el hombre siente que sólo existe amando, verifica este nombre revelado de la Trinidad que expresa San Juan: Dios es AMOR.
Jesús nos indica que en este paso del Padre en nosotros, el Espíritu es CONSOLADOR. Nos imaginamos a Dios en un universo DESOLADO donde estaría SOLO. El Espíritu abolió la soledad en Dios. El Padre y el Hijo están solos el uno con el otro. Aquí somos consolados, es decir, llamados a este estar a solas. Dios no está aislado, no es una isla en un océano de trascendencia; nadie es una isla, ni siquiera Dios. Pero cuando el hombre se aísla, ¡no puede VERIFICAR a Dios!, ¡entonces deja de existir!
Jesús nos indica también que en este paso del Padre en nosotros, el Espíritu es el REVELADOR del Hijo, es decir, de este Otro al que el Padre ha entregado todo. El Espíritu es siempre el que dice al Otro: ¡Padre! ¡Abba! / ¡Hijo, mi Hijo! El otro le es necesario. Cuando el hombre rechaza al Otro, no puede VERIFICAR a Dios, se niega a sí mismo.
Jesús nos indica de nuevo el Compartir del que el Espíritu es testigo. Si el pluralismo está en Dios, es porque es una exigencia del amor que sólo pueda existir en una comunión tan perfecta que sólo se pueda VERIFICAR en la UNIDAD. No, Dios no es el tercero de tres. Él es Padre e Hijo y Espíritu. Esta triada unida de personas hace que él sea UNÍSIMO. Cuando el hombre se divide o dispersa, no puede verificar a Dios. Se destruye a sí mismo. Ibn Arabi: "Profeso la religión del AMOR dondequiera que vayan sus caravanas y el AMOR es mi fe y mi ley".
Hermano Christian, extractos de la homilía para la fiesta de la Santísima Trinidad, 19 de mayo 1983