Así que algo le pasó a Jesús mientras estaba orando en la montaña. Algo que alteró su ser como si se redujera a lo esencial: el rostro. Jesús se enfrenta al Padre, pero no se aparta ni de Moisés, ni de Elías con quien conversa, ni de sus tres discípulos.
Dios se revela. Relación: rostro y voz nos atraen. Enfrentarnos aquí, orando, un poco, sobre esta montaña. Entonces, ¿Qué sucede? ¿Qué tiene que ver este acontecimiento de la Luz con nosotros? Palestina no está tan lejos.
Fijemos nuestra atención en la Escritura. Dejemos que el Evangelio nos ilumine. Juan escribe: “A Dios nadie lo ha visto jamás; es el Hijo único, que es Dios y está al lado del Padre, quien lo ha desvelado” (Jn 1,18). (…)
Hoy me parece que Jesús es para nosotros, de hecho, el que camina, el que nos abre un camino de luz, incluso allí donde todo parece estar bloqueado, y de esto es de lo que habla con Moisés y Elías: de su Éxodo.
¿Qué nos puede suceder en la oración? Que una estrella se levante en nuestro corazón... Pero antes hay que luchar contra el sueño, contra la pesantez, estar vigilantes, estar atentos, estar ahí en la noche, sobre esta montaña, tomados por Jesús, enamorados de Él. Si la contemplación es una vocación para cada discípulo que Jesús lleva consigo, me parece que este episodio que ocurrió en Palestina nos muestra este ver. Ver es simplemente, y eso es lo que yo creo que es ser un "visionario", ver venir. Sí, en la noche, ver venir a alguien. Creer que la Pascua se está cumpliendo, la victoria de la luz sobre las tinieblas. Esperar contra toda esperanza, esperar a alguien. Sí, no puedes no venir. (…)
Ver no puede dejarnos indemnes, espectadores bien asentados. Ver venir es tomar parte en el éxodo de Jesús que nos atrae hacia la nube, esta Luz estremecedora. Ver venir, en efecto, es dejar que venga el Otro: una voz que solicita, humildemente, nuestra atención: escuchadle (Mt 17,5).
Jesús ocupa aquí el lugar de la Ley: lo único necesario es escuchar al Verbo hecho carne, el lenguaje de Dios hecho hombre. Creer es escuchar a Dios que se dice a sí mismo. Éste es mi hijo amado (Mt 17,5).
La oración me enseña, al menos, que muchas otras voces me habitan, me dispersan, me desintegran. Orar es dejar venir esta voz que me funda, me edifica para siempre. Lo que Dios dice se convierte en acontecimiento de luz. Nos sucede después de nacer: venir al día de Cristo, el primogénito de una multitud de hermanas y de hermanos iluminados, transfigurados, resucitados, glorificados, santificados: hijos de luz.
Hermano Christophe, extractos de la homilía para el 6 de agosto de 1993