Dios no impide que nadie muera. «Todo hombre probará la muerte» Corán, Sura de lo ineluctable. A nadie le corresponde adelantarse a ella. Sólo él debe decretarla. Él es el Dios que hace morir y hace vivir. No podía evitar que Lázaro muriera, dicen los pensadores. Pero no impide que nadie muera, ni siquiera Lázaro, su amigo. Él mismo no huye de la muerte… Quienes le siguen pueden incluso oírle decir: Vamos allí también.... Con audacia se adelantó por el camino de la Pasión... Con la misma seguridad, les dice ¡Lázaro está muerto!
No crispó sus manos para contener su vida como una presa, un privilegio – no agarró sus manos al fruto del árbol de la vida, codiciando la inmortalidad, pidiendo por ello fuera. El árbol de la vida es él. El fruto está pronto, maduro y debe brotar en el paraíso.
Dios está en la cita de la muerte, vive la muerte «Cuando el alma se remonta a la garganta de un moribundo y vosotros estáis allí mirándolo, estamos más cerca de él que vosotros que lo rodeáis y no os dais cuenta… » Sura 56, 83. Si hubieras estado allí, dice Marta a Jesús, Si hubieras estado allí, dice María en eco. Jesús está en la cita con la muerte real. Esta es su Hora. Llora y se estremece. Es Getsemaní según San Juan. Conoce la prueba y la tentación, y este último desarraigi que debemos consentir, el abandono supremo, el de una muerte que nos pertenece. Cuando haya muerto, no habrá más muerte que la suya. Es en su muerte donde debemos configurarnos, como San Pablo, nuestra muerte ya está escrita en el Seguimiento […], es una página de un libro de Vida, la escritura es de Él. La cita final para un cristiano no es con su propia muerte, sino con la muerte de Jesús. Este libro ya no es una tumba sellada. ¡LÁZARO, sal! El signo está dado, pero queda el estremecimiento. […] Dios ofrece justamente su propia victoria sobre la muerte.
«Aquellos que temen a Dios permanecerán en un lugar tranquilo… No probarán la muerte después de su primera muerte» Sura 44, 556
Lázaro está muerto… pero vayamos a él. La paradoja está ahí. […] Por el momento, esta victoria sobre la muerte es nuestra FE; ir hasta el final de la eucaristía esbozada en cada momento de nuestras vidas: Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. La enfermedad, la muerte, entra en el cortejo de la gloria de Dios. ¡Te suplicamos que prolongaras sus días y ahora le has concedido días sin fin!
H. Christian, extractos de la homilía para el 5º domingo de Cuaresma, 23 marzo 1980, (Jn 11,1-45)