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Estos últimos meses, Francia, Bélgica y otros países han siso golpeados por el terrorismo de los extremistas que se dicen musulmanes. La Iglesia de Argelia conoció pruebas semejantes durante la crisis argelina durante los años 1992 – 1999. Junto a doscientos mil argelinos, diecinueve religiosos y religiosas fueron objeto de la misma violencia de los extremistas, durante los años 1994, 1995 y 1996. Varios de ellos tenían relaciones con la región de Lyon. La diócesis de Lyon decidió pues rendir homenaje, mañana, 17 de octubre, al conjunto de estas víctimas. En efecto el año 1996, marca el vigésimo aniversario del asesinato de los últimos miembros de nuestra Iglesia alcanzados por esta violencia: los siete monjes de Tibhirine y Monseñor Claverie, con su joven amigo musulmán, Mohamed Bouchikhi.

 

Después del asesinato del P. Jacques Hamel, muchos de nosotros hemos recibido mensajes de simpatía y de solidaridad de sus amigos o vecinos musulmanes. Musulmanes acudieron a las iglesias para manifestar su participación en el duelo de la comunidad cristiana de su barrio. Por otra parte, también mañana, la gran mezquita de Lyon organiza un encuentro de solidaridad espiritual al que estamos invitados. Con los responsables de las conferencias de Antiquaille, particularmente el Sr. Tricou, pensé que, en este contexto, sería significativo el dejar oír la voz de algunos de nuestros amigos argelinos que se manifestaron, después del asesinato de nuestros hermanos y hermanas de Argelia en los años 1994-1996.

Vamos pues a releer juntos estos textos, que ya fueron publicados en la época, pero que se unen a otros gestos de solidaridad que marcaron las violencias más recientes. En las pruebas actuales no estamos solos. Estamos juntos, con nuestros amigos musulmanes que creen que el respeto del hombre honra a Dios y quieren trabajar, con nosotros, a preparar un futuro a la paz.

 

Asesinato de Henri Vergès y Paul Hélène Saint Raymond, el 8 de mayo de 1994, en la Kasbah de Argel

De uno de los antiguos alumnos del hermano Henri Vergès, en el Colegio de Sour el Ghozlane, donde enseñaba: "Sentí consternación cuando escuché la noticia del asesinato del hermano Henri Vergès, que fue mi maestro. Pasó años en mi ciudad. Todos nosotros lo conocimos por su carácter lleno de moralidad o por su amor a su oficio (profesor de matemáticas). Cómo podríamos olvidarlo y olvidar su humanismo... Créanme señores, la humanidad entera se enorgullece de la existencia de tales personas y se aflige perdiéndolos… Ninguna religión, ninguna conciencia aprueba el crimen del que fue víctima. El añorado Henri Vergès vivió entre nosotros con respeto al Islam y los musulmanes...".

Y también desde Argel recibimos el testimonio siguiente: “Nosotros, A.B., periodista y M.M. profesor en la Universidad, queremos hoy testimoniarles nuestra amistad, nuestra fraternidad en este drama que nos afecta a todos. Para nosotros y para siempre, jamás olviden que ustedes son nuestros hermanos. Cualquiera que sea la diferencia de nuestros dogmas pensamos que tenemos el mismo Dios. Y luego, digámoslo, os amamos y eso no le concierne a nadie. Una vez más, contrariamente a los asesinos, nosotros os decimos: estáis aquí en vuestra casa, os queremos y rezamos a vuestro lado por el descanso del alma de los que vilmente han sido asesinados”.

Un marroquí que había conocido bien a la hermana Paul-Hélène en su país, dónde fue investigado por la policía, escribió también, después del asesinato de la hermana Paul-Hélène, un largo testimonio del que extraemos los pasajes siguientes: “Fue a mitad de los años 70, en Casablanca dónde conocí a la hermana Paul-Hélène. Buscado por razones políticas vivía en la clandestinidad… Paul-Hélène fue una de las pocas personas que se hicieron presentes en estos tiempos de miedo y soledad que todos los perseguidos del mundo conocen. Se presentó en nuestra casa y, haciéndose pasar por una enfermera, visitó a mi compañera. Paul-Hélène que permaneció en Marruecos de 1975 a 1984 se convirtió así en el primer eslabón de una cadena de solidaridad gracias a la cual nos comunicábamos… En memoria de Paul-Hélène… debemos reiterar algunos principios básicos: respetar en toda ocasión la integridad física y la moral de todo ser humano, la libertad de todos de creer, o de no creer, de practicar libremente el culto de su elección y la libertad de expresión”. (Driss al Yazami)

 
Tras el asesinato de dos religiosas españolas en Bab el Oued, el 23 de octubre de 1994
 

Las hermanas Esther y Caridad de la Congregación Española de las Hermanas Agustinas fueron asesinadas, el 23 de octubre de 1994, en la puerta de la capilla de su barrio (Bab el Oued), donde acudían a misa. Algunos días después, Said Meqbel, cronista del principal periódico francófono de Argelia, Watan, escribía: “Desde este domingo mi pensamiento no deja de dar vueltas al asesinato de estas dos hermanas españolas. ¿Cómo y por qué? ¿Cómo han podido disparar a dos mujeres? Dos religiosas, dos criaturas de Dios, que, en su costumbre dominical, iban a su capilla, con toda confianza, a orar al Creador. ¿Por qué? Dos mujeres que acudían a Dios a pedir gracia. Seguramente iban a ir allí con sus pequeñas oraciones por nosotros, infortunados argelinos, sometidos a las plagas. Posiblemente vamos a echar de menos durante mucho tiempo las últimas oraciones de estas religiosas que querían inclinar la balanza del lado de la Paz y del lado de la Misericordia”. Este periodista fue asesinado poco después, así como el jefe del cercano mausoleo musulmán y el comerciante más cercano que habían testificado públicamente sobre la calidad del compromiso social y educativo de nuestras dos víctimas.

 

Después del asesinato de cuatro Padres Blancos de Tizi Ouzou (27 de diciembre de 1994)

Les PP. Blancos Alain Dieulangard, Charles Deckers, Jean Chevillard y Christian Chessels, de la sociedad de misioneros de África, fueron asesinados en su casa parroquial, en Tizi Ouzou, el 27 de diciembre de 1994.

Testimonio de una joven argelina que les desea que descansen en paz y que promete seguir su camino: “En lo sucesivo, con muchas cábilas, me sentiré huérfana. Para muchos de nosotros, los Padres eran una familia, un refugio, un gran apoyo moral. Todos los que, ayer, acudían a ellos, con el fin de confiarse y de pedirles consejo, se sienten hoy muy solos, sumidos en un gran dolor. Con gran coraje, se quedaron entre nosotros, para todos los que les necesitaban. Todos nosotros les rendimos homenaje. Expreso mi solidaridad en el sufrimiento a todos los que estaban cerca de ellos, y a todos sus numerosos amigos. Formaban parte de los seres que no pueden pertenecer a una pequeña familia. Estoy segura de que, desde donde están, continuarán orando por la paz y la fraternidad en nuestra querida Argelia, a la que tanto amaron”…

 

Después del asesinato de dos hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles Bibiane y Angèle-Marie (3 de septiembre de 1995) y de la hermana Odette (Hermanita del Sagrado Corazón). (10 de noviembre de 1995)

En el otoño de 1995, dos hermanas de Nuestra Señora de los Apóstoles, Denise Bibiane y Angèle-Marie, que regresaban de la misa de su barrio y, un mes después, una hermanita del Sagrado Corazón, la Hna. Odette Prévot que estaba esperando que la recogieran para ir a misa también fueron asesinadas. Una amiga musulmana de la hermana Odette nos escribía: “El horror de este acto me revuelve y me siento asqueada. Sufro con vosotros, en esta terrible prueba, como la mayoría de los argelinos que os quieren. Estos pocos hijos de Argelia que matan a todo lo que es diferente a ellos... todo lo que es extraño a su universo. En nombre de una religión de Dios, matan a los hijos de Dios. ¿Podemos sólo considerar a un Dios que ordena a algunos de sus hijos que eliminen al resto? Pienso en todos los Padres y en todas las Hermanas que desafiaron a la muerte… Habéis resistido el miedo, el terror, las amenazas que pesan sobre vosotros... Vuestros servicios a la población y vuestro amor a Argelia y a su pueblo - que os lo devuelve bien - todo esto es lo que matan… Esta Argelia, que ve a una minoría de sus hijos, a quienes ya no reconoce, matar a la mayoría de sus verdaderos hijos. Desea vivir en paz… Que las almas de todos los que han muerto asesinados por una causa justa, por amor a sus semejantes y a Argelia, vayan al paraíso. Que Dios perdone a toda alma miserable que haya elegido equivocadamente su camino en esta vida. Y que Dios nos perdone a todos”.

 

Tras el asesinato de los monjes (21 de mayo de 1996)

Extractos de una carta depositada en el arzobispado por una joven médica, que nunca hemos conocido… “Llego al hecho más horrible, el del asesinato de los monjes de Tibhirine, que fue para mí peor que un sacrilegio. No lograba concebirlo, ni admitirlo. Como musulmana, he gritado. Vergüenza de la sangre versada de hombres del culto de Dios, vergüenza de mi pueblo; vergüenza de mi país y, horror, vergüenza de mi religión… Nuestro corazón está desgarrado porque algún musulmán, digo bien, alguno, no ha estado cerca de nosotros en nuestra tragedia. Nadie nos apoyó: al contrario fuimos los parias del mundo. Estábamos solos en nuestro sufrimiento y ninguno tuvo el coraje o el pensamiento de rezar por nosotros y decir: Dios, ayúdales, excepto vosotros…

Creo que es Dios quien quiere la presencia de la Iglesia en nuestra tierra del Islam... Sois un esqueje en el árbol de Argelia, que, si Dios quiere, florecerá hacia la luz de Dios. No es vuestro número lo que cuenta. Es vuestra oración hacia Dios… Vosotros sois muy importantes a nuestros ojos. Entonces, por favor, quedaos con nosotros”.

Una madre de familia lee a sus hijos el testamento del Hermano Christian:

Después de la tragedia, después del sacrificio vivido por vosotros y por nosotros, después de las lágrimas y el mensaje de vida, de honor y de tolerancia legado por nuestros hermanos monjes a nosotros y a vosotros, decidí leer el testamento de Christian en voz alta, y con mucho corazón a mis hijos porque sentí que estaba destinado a nosotros, todos y todas. Quería contarles el mensaje de amor a Dios y a los hombres. La solidaridad humana y el amor al otro es un itinerario que va hasta el sacrificio, hasta el descanso eterno, hasta el fin”.

 

Después del asesinato de Monseñor Pierre Claverie (5 de agosto de 1996)

Una madre de familia argelina, que colaboraba con la diócesis de Orán escribió, después del asesinato de Monseñor Claverie, una carta muy hermosa de la que extraemos los párrafos siguientes: “La presencia de la Iglesia es más que nunca vital para nuestro país, para asegurar la perennidad de una Argelia plural y pluriétnica, abierta hacia el prójimo, profundamente tolerante y solidaria… Existe en Argelia una «Iglesia musulmana». Está compuesta por todas esas mujeres y todos esos hombres que se reconocen en el mensaje de amor universal: es más numerosa de lo que creéis”.

La Iglesia cristiana por su presencia entre nosotros continúa construyendo con nosotros la Argelia de las libertades de creencia, de las diferencias, de lo universal y de la humanidad… Gracias a la Iglesia por estar entre nosotros hoy”.

En Argelia nuestras sangres están mezcladas. Es lo que creía Pierre Claverie, él que mezcló su sangre con la de Mohamed. Efectivamente no hay especialmente cristianos, ni especialmente musulmanes: hay una revelación de Dios al hombre. El hombre del mañana está construyéndose, y la Iglesia de Argelia está allí para esto. Por eso apelo a las fuerzas de Dios y al amor de Dios, tanto dentro como fuera de Argelia: para que no nos rindamos...”.

¡Quiero rendir homenaje a los diecinueve religiosos y religiosas qué, en estos cuatro años dieron su vida, para que viva esta Argelia! Rindo un homenaje particular a Pierre Claverie, nuestro obispo… Gracias a la Iglesia por haber dejado su puerta abierta: descubre al hombre nuevo. Y juntos descubrimos a Dios, porque Dios no es una propiedad privada”.

No podemos dejar también de reproducir aquí estas pocas notas extraídas del cuaderno que el joven Mohamed Bouchikhi nos dejó, antes de ser víctima de la violencia junto a Pierre Claverie: “En nombre del Dios Clemente y misericordioso… Antes de levantar mi bolígrafo os digo: la Paz esté con vosotros. Doy las gracias a quien lea mi cuaderno de recuerdos y digo a todos los que he conocido en mi vida que les doy las gracias. Yo digo que serán recompensados por Dios en el último día. Adiós al que me perdonará en el Día del Juicio, y a quien he hecho el mal, que me perdone. Perdón a cualquiera que haya escuchado una palabra desagradable de mi boca, y pido a todos mis amigos que me perdonen debido a mi juventud. Pero en este día cuando escribo me acuerdo de lo que hice bien en mi vida. Qué Dios en su omnipotencia haga para que le sea sumiso y que me conceda  su ternura”.

 

Tras los funerales del Cardenal Duval, celebrados al mismo tiempo que los de los monjes

Podemos también adjuntar a estas citas, dos testimonios sobre el Cardenal Duval. En efecto murió el mismo día que se encontraron los restos de los monjes. Su antiguo vicario general, el P. Denis González, publicó en el ENAG, editorial argelina, una obra entera que recopilaba los homenajes que le fueron dirigidos por sus amigos argelinos. Presentamos solo dos testimonios, el primero escrito por uno de sus amigos, profesor de medicina, y el segundo escrito por el presidente Bouteflika.

El Cardenal Duval estaba tan impregnado de los preceptos evangélicos y de las enseñanzas de la Iglesia que los sintetizó en algunas fórmulas impactantes de una extraordinaria claridad y de una actualidad sorprendente Sus fórmulas transcendían el ámbito estrictamente religioso y surgían de la fuente original de la moral universal, el punto iniciático de toda religión. Por esto sus discursos tocaban el corazón de todo hombre de buena voluntad, ya fueran cristianos o no cristianos”.

El presidente Bouteflika, en 1997, manifestó en un coloquio en el cual participaba en homenaje a Raimundo Lulio: “Permítasele a un argelino, un musulmán como el conjunto de sus compatriotas, sugerir humildemente, pero solemnemente, delante de ustedes, que se solicite a las instancias autorizadas, la canonización de nuestro amigo y hermano Mons. Duval. Querría hacerlo no sólo por el carácter ejemplar de su vida espiritual y activa, sino también por todo lo que, más allá de las barreras ideológicas, étnicas, raciales y religiosas, tuvo el coraje de encarnar afirmando la unidad del género humano, frente a la adversidad que golpea a unos y otros”.

Inquebrantable en sus convicciones, constantemente al lado de su pueblo, argelino sin compromiso y sin término medio, ni con su fe, ni con su ideal de justicia, de libertad y de paz, durante el período colonial, durante la guerra de liberación y al día siguiente de la independencia, cuando se convirtió en todas partes en el adalid de los humildes y de los oprimidos. La evocación del Cardenal Duval suscita en mí una profunda emoción”.

(La mayor parte de las citas presentadas en este texto se encuentran en mi libro: Henri Teissier, chrétiens en Algérie, Desclée de Brouwer, 2002, p.124).

Seminario en l’Antiquaille,
Lyon, 16 de septiembre de 2016
Henri Teissier