Las siguientes líneas constituyen un relato personal, sucinto y modesto, del Hermano Christophe, con quien conviví en la Abadía Notre-Dame de Tamié (Saboya) durante 4 años (septiembre de 1981 a agosto de 1985), mientras vivía como novicio y luego como profeso temporal en esta comunidad cisterciense. Mi nombre era en esa época Hermano Michael.

 

Cuando entré en el monasterio, el hermano Christophe LEBRETON era profeso solemne. Por lo tanto, era para mí un "veterano" en la vida monástica y, de alguna manera, un ejemplo entre los otros hermanos. En el seno de la comunidad, formaba parte del grupo de los hermanos todavía jóvenes y llenos de energía que consideraba como ya entrados en la edad madura de la experiencia monástica. En aquella época, yo tenía sólo 26 años y Christophe, hacía poco, había sobrepasado la treintena. Hoy, sé que había entrado en Tamié 7 años antes, en 1974.

A primera vista, el Hermano Christophe era un hombre fuerte con un sólido carácter. Más allá de algunos rastros de una juventud que hubiera podido ser fogosa, incluso turbulenta, pero sin duda llena de generosidad, percibimos en él los frutos de una obra de pacificación interior. Con toda evidencia, la gracia de Dios estaba actuando en su vida.

En el noviciado ignorábamos todo del pasado de cada uno. Las entrevistas que podíamos tener con nuestro maestro de novicios y las preguntas que le hacíamos eran la ocasión de conocer un poco más los unos sobre los otros, pero a menudo de modo esporádico, por pequeñas detalles. Esto permitía sin embargo situar mejor a cada uno con algunas referencias, en nuestra vida cisterciense consagrada al silencio.

Pero poco a poco, con el paso del tiempo, la vida en comunidad tenía el don de dejar transparentar la personalidad de cada uno. Ninguno podía escapar a esta consecuencia de un "vivir juntos" diario donde los unos se encuentran confrontados sin interrupción con los otros sin haberse elegido inicialmente. Algunos autores antiguos consideraban, por otra parte, la vida en comunidad como uno de los ejercicios de renuncia de uno mismo más exigentes en el camino de la vida monástica.

Tuve pocos contactos directos con el hermano Christophe, excepto en la distribución del trabajo, de la que se hacía cargo de vez en cuando, al final de la hora de nona,  al reemplazar al hermano Bernard o al hermano Peter que solían ser habitualmente los responsables de este oficio. Su manera de hacer era un poco particular: solía dirigirse a cada uno con sobriedad, hablando en voz baja, después de haber echado una ojeada a un pequeño cuadernillo de apuntes que sacaba de su bolsillo de debajo de su escapulario y donde había anotado el conjunto de las tareas que había repartido para el tiempo de trabajo comunitario de la tarde. Cuando daba su orden de trabajo, se expresaba con una cierta moderación, sonreía ligeramente y saludaba a su hermano con un gesto de cabeza simpático que podría calificarse como fraternal. Su actitud pasaba también por su mirada benévola, de la que me acuerdo todavía hoy como una bendición.

Mi maestro de novicios, el hermano Didier, un día me mostró algunas fotos de la época de su entrada en la vida monástica. El hermano Christophe había formado parte de un grupo relativamente importante de novicios, que habían llegado casi al mismo tiempo a Tamié, y muchos de los cuales estaban unidos por una profunda amistad. Entre ellos, el hermano Philippe, nuestro organista y el mismo hermano Didier que tenía una sensibilidad de artista y escribía poemas (además del hecho de que nos gratificaba con magníficas composiciones florales en la iglesia). Más tarde, supe que el hermano Christophe también escribía algunos poemas en su diario espiritual. Esta sensibilidad artística contribuyó sin duda a acercar a Christophe y Didier en su amistad.

En el noviciado, nunca tuve la oportunidad de escuchar al hermano Christopher dar testimonio sobre su trayectoria personal. Pero había sabido que en su juventud, había quedado marcado por su encuentro con el Abbé Pierre (fundador de Emmaüs) con el que seguía teniendo relación. Este último también había venido a vivir un tiempo de retiro personal en el seno de la comunidad de Tamié. Christophe era sensible y cercano con las personas frágiles. Por ejemplo, Jean-Bernard, una persona con una múltiple discapacidad que se movía en silla de ruedas, de la región de Marsella, se había convertido en un habitual en Tamié. Tenía la costumbre de venir a pasar un tiempo en clausura, y lo alojábamos en la enfermería. Algunos hermanos, incluidos los del noviciado, se turnaban para cuidarlo durante el día: trasladarlo de su cama y su silla, lavarlo y arreglarlo, darle de comer, transportarlo de un lugar a otro, llevarlo a los oficios. Como Didier, Christophe formaba parte de los que se ocupaban de Jean-Bernard y se habían hecho amigos.

El hermano Christophe también se sintió atraído por la figura de Charles de Foucauld. Tenía una inclinación natural por las cosas sencillas y ordinarias, a veces hasta el exceso. Un hermano me dijo una vez que el hermano Christophe encontraba nuestra liturgia demasiado rica y que le hubiera gustado que recitáramos los salmos en lugar de salmodiarlos.

Christophe tenía gusto por el trabajo manual para el servicio de toda la comunidad. Hasta creo que se entregaba con mucho gusto a los trabajos duros en particular, como a los más físicos: los trabajos agrícolas en general o bien los de leñador (derribo y arrastre). A menudo conducía las máquinas agrícolas. En invierno, después del oficio de vigilias, compartía con el hermano Pierre la limpieza de la nieve del camino de acceso a la abadía al volante de un tractor imponente equipado de una pala de despeje. En verano, le gustaba participar también en el trabajo del heno cerca de la abadía. Lo veíamos en su elemento, feliz de vivir en contacto con la naturaleza, con "los pies en el barro". Si mal no recuerdo, también trabajó en el aserradero/taller de carpintería, y algunas veces condujo la furgoneta «J-7» que aseguraba el recorrido diario de recogida de la leche en las granjas de la región, para la fabricación del queso de la abadía. Sus actividades al aire libre también le daban una apariencia un tanto "rústica", en correspondencia con su temperamento que una vez había sido "áspero", en cierto modo debido a su burbujeante generosidad natural.

Cada uno vive una historia única con Cristo. Se teje en lo más hondo del alma. Al vivir en una comunidad, esta historia personal se refleja inevitablemente. La del hermano Christophe participaba, a su manera, en el resplandor espiritual de toda la comunidad de Tamié. Sin ningún género de duda, su vida fue totalmente entregada en el seguimiento de Jesús.

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Cuando el hermano PAUL (Favre-Miville) entró Tamié en 1984, yo era un joven profeso temporal. Vivimos juntos en el noviciado durante un año solamente, antes de que yo abandonara la abadía para un tiempo de reflexión.

Paul era una "vocación tardía": había sobrepasado la cuarentena. Originario de Haute-Savoie, ejercía allí el oficio de fontanero. Era pues alguien con un oficio manual y sus competencias podían ser preciosas para una comunidad que vivía en un sitio aislado a 900 m de altitud.

Paul tenía una cara redonda y sonriente, que irradiaba cierta bonhomía y una gran serenidad. Era sencillo, modesto, discreto, casi tímido. Naturalmente apacible, llevaba con él una gran dulzura. Para mí, esta gran dulzura era su característica principal, particularmente cuando debía expresarse: su voz reflejaba perfectamente su dulzura. "Dulce y humilde de corazón", se integró muy rápidamente llegando a ser apreciado por todos.

Lo sentía feliz de haberse incorporado a la comunidad y de poder encontrar allí su sitio. Encuentro que él representa una bella figura de cumplimiento del don de sí a través de la vida cisterciense que le sentaba como anillo al dedo, la realización completa de su itinerario personal.

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En 1996, la noticia del secuestro de los siete hermanos de la comunidad cisterciense de Notre-Dame del Atlas fue un impacto; su asesinato una conmoción.

Estoy seguro de que el ejemplo de esta pequeña comunidad cisterciense enraizada en suelo argelino y que comparte la pobreza de las poblaciones locales, fiel a sus elecciones a pesar de las circunstancias difíciles, constituye un testimonio de paz y de compromiso evangélico para la Iglesia universal.

Michel SOL

Fait à Verneuil sur Seine, le 15 janvier 2018