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El misterio de Cristo es tan inmenso que uno tiene derecho a dar preferencia a un aspecto u otro de su vida, gracias al análisis y la meditación que uno mismo ha hecho, ¡y con otros! – ¿No fue uno de los llamamientos urgentes que el Concilio Vaticano II dirigió a sacerdotes y cristianos? ¡Una Iglesia en el mundo, bien encarnada, y no a un  lado, apartada, con privilegios y poderes!...

Por mi parte, por tanto, os confieso que estoy cada vez más impresionado por el misterio de Cristo en su Encarnación, Él, el igual a Dios, no ha utilizado sus privilegios de Hijo de Dios, se ha hecho en todo igual a los hombres; y sólo en el corazón de una larga encarnación, de un largo escondimiento, hasta el extremo del don total que puede hacer un hombre, recibe de Dios el Espíritu de vida para él y para todos sus hermanos.