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¡No quise ser un sacerdote que en nombre de su teología, desde mi habitación, habla de Dios a sus hermanos humanos…! – Por el contrario, había en mí, y hay todavía, una necesidad profunda, una necesidad imperiosa, de amor cada vez más verdadero, una necesidad de estar con (y no al lado) de los hombres mis hermanos, en igualdad.

¡Mejor aún, todos juntos, creyentes y no creyentes, practicantes o no, en el corazón de una vida compartida a lo largo de los días, lenta, progresivamente, buscar, buscar, el Espíritu que nos anima, para continuar unos con otros, concretamente, sobre la marcha, localmente y en otros lugares, para construir el mundo con un mejor espíritu de compartir, en lugar de soñar en las nubes la unidad, la universalidad!