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au fil liturgie marie bergersLo reconocerán por este signo: ¡un recién nacido envuelto, acostado en un pesebre!

Este signo para los pastores... para nosotros también aquí, el mismo, porque Jesús, en su humanidad, nos dice algo definitivo. Los años pueden haber pasado. La vida pública ha llegado, y al final este otro envolverse en su sudario, y este otro recubrimiento en el frío del sepulcro… si lo miras de cerca, el signo sigue siendo el mismo.

¡La maravilla de Dios para nosotros, la maravilla del hombre para Dios, es este pequeño niño envuelto, acostado, arropado, entregado, abandonado!

 

[…] ¡Y precisamente en esta cuna de un recién nacido, abandonado, se proclama la Buena Noticia de paz para los hombres a quienes Dios ama, los hombres de su benevolencia,  de su buena voluntad! Paz a los hombres que se entregan al amor de Dios a la manera de Aquel, "el Hijo de la complacencia".

Esto quiere decir:

que la humanidad tiene ya un rostro para Dios, el de este niño tan pequeño, tan dependiente en todo, y libremente ofrecido para seguir siéndolo – etapa espiritual que no puede ser superada; aquella en la que el Espíritu puede susurrarnos sin ninguna restricción: ¡Abba! ¡Padre! [… ]

que Dios también toma otra cara para el hombre: ya no es el Todopoderoso que se impone desde arriba, desde lejos, sino este Dios que se abandona, débil, dependiente, entregado a la buena voluntad de una madre, una familia, y también a los caprichos de un pueblo. En Dios, el Hijo no es más que esto en las manos del Padre. Y esto es lo que viene a vivir en nuestras manos… para que entráramos en correspondencia de corazón con Dios por el pequeño camino de la Navidad, el del abandono amoroso en el día a día del Señor… ¡un pequeño camino para nosotros, aquí, ahora!

Hermano Christian, extractos de la homilía para la  misa de Medianoche,

24 de diciembre de 1994