au fil liturgie annonciationAlegrarnos de la Alegría de María

Gozad con ella, todos los que la amáis; alegraos de su alegría (Is 66,10 = Cantique AT 32).

Regocijarse en la alegría del otro: ¿no es eso amar? Regocijarse en la alegría de María: llena de gracia, predilecta, desposada. ¡Oh! Con tanta frecuencia he dejado atrás mis pobres Ave: alégrate María. Alégrame, Señor, de esta alegría que tanto me falta. Tu Madre lo sabe bien y te dice: No tienen más vino. Para alegrarnos de la alegría de María: entremos en el Evangelio de la Gracia.

 

El ángel Gabriel fue enviado por Dios... a una doncella, una virgen... y el nombre de la joven era María (Lc 1,26-27). El nombre de María es la causa de nuestra alegría porque Dios lo pronuncia - amorosamente - y se regocija al escucharnos decirlo, y volverlo a decir - amorosamente. Este nombre es un vínculo entre nosotros y con nuestros hermanos musulmanes. Juan Pablo II dice, en un lenguaje más teológico, que la Iglesia es el lugar de conjunción entre el hombre y Dios. Este lugar no es una idea, no es un programa. El nombre de la joven era María. Y la Iglesia sigue oyéndose a sí misma nombrada así, así llamada: por Dios y por sus hijos.

El Ángel entró hacia ella como en un templo: el nuevo de la Adoración en el Espíritu y en la verdad. El Ángel entró en su casa. Había, pues, una libertad abierta, una interioridad receptiva, una clausura de silencio y de acogida. Oh Nuestra Señora del recogimiento, ruega por nosotros, haznos orar contigo.

El ángel, entrando a donde estaba ella, le dijo: -Alégrate, favorecida, el Señor está contigo (Lc 1,28). Y María acepta, consiente esta ardiente alegría: Aquí está la esclava del Señor. Su conciencia no tiene otro contenido: soy amada... y no soy nada fuera de tu mirada de amor. La conciencia de la Iglesia no deja de recibir el anuncio: Te amo, le dice su Señor. Alégrate. Y nosotros, hermanos y hermanas, por medio de Jesucristo, tenemos acceso por la fe, a esta gracia en la que estamos establecidos.

Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquél (Lc 1,29). Nuestra Señora que busca, Nuestra Señora del deseo... no aprehender al Verbo para apropiarse de él, no, es para entrar más adelante, más conscientemente en el Diálogo de salvación, y adherirse al Sentido que nace de esta relación implicándose en ella. Nuestra Señora en el camino de la fe, acogiendo la revelación de un Sentido que sigue haciéndonos vivir como amados de Dios. Oh María, estrella de la noche, conduce nuestra fe al puerto de su deseo.

Tú has encontrado gracia cerca de Dios (Lc 1,30). Encontrar gracia: ¿sería ya el desenlace, la apoteosis de una hermosa historia... demasiado piadosa? ... Encontrar gracia, no es estar seguro, no es instalarse en un papel: el de una diosa, de una estrella, de una verdad demasiado azul. Encontrar gracia, es en este momento de la Relación que viene a colmar a María, allí, cuando Dios se inclina y da su Belleza, su Ternura, su Misericordia, su Justicia: un más allá de la fe recibida, una cualidad de ser. Sólo la humildad puede conocer el don de Dios y no retenerlo para sí. Antes de confiar a la humilde sierva una misión: vas a estar embarazada, darás a luz... Dios mira a María y María acoge toda la exigencia de esta Mirada de amor. Dios no necesita un instrumento, sino una ayuda con respecto a él. Dios desea una libertad capaz de casarse con Su Voluntad. María es vista por Dios por sí misma, y es porque acoge con todo su ser de mujer, con toda su existencia virginal y creyente esta Mirada que la desea inmaculada y santa y toda hermosa que puede responder: aquí estoy... (1,38) y dar su aprobación al Acto personal de Dios Padre, que engendra en ella a su Hijo amado... para nosotros.

Y el ángel la dejó (1,38). Y esto es también lo que nos sucede, afortunadamente, para que nuestra libertad, ahora habitada, revelada, orientada, pueda ir y dar sustancia aquí al Misterio: esta conjunción de humanidad y Dios. Ser Iglesia aquí en Rabat, Argel, ser Nuestra Señora del Atlas en Fez, en Tibhirine, reina sin corona, sierva con los brazos rotos, qué aventura de conciencia, qué historia de fe, a la escucha de lo que el Espíritu nos dice para poner en práctica una Presencia que se nos anuncia, nos es dada y para compartir. Se necesita mucho amor humilde para abrazar el significado que se nos ha confiado aquí y debemos esperar ser constantemente vencidos por el evento de la Gracia:

Mientras sopla la brisa
y las sombras se alargan,
retorna, amado mío,
imita al cervatillo por montes y quebradas. (Ct 2,17).

 

Hermano  Christophe, homilía para la solemnidad de la Anunciación, 24 de marzo 1990