Dios ama a sus hijos con infinito respeto. Por eso los quiere libres. Dios respetó la libertad del hombre hasta dejarle la posibilidad de matarlo cuando se hizo uno de los suyos. El amor sólo puede ser el encuentro de dos libertades. No hay amor en la coacción. Dios sabe que nuestra felicidad sólo puede estar en Él, pero no nos la puede imponer. No solo no lo quiere, sino que no puede, de lo contrario no sería lo que es. No sería más amor. Dios no hace más que proponernos su amor. Nuestra única acción es aceptarlo libremente, dejarnos amar y entregarnos totalmente a él. Y así quiere que amemos: “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”. (Tibhirine, 2º semestre de 1990, carta a su hermana Bernadette)