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Mis Hermanos y Hermanas,
 

Jesús vino a revelar al Padre y lo hizo ciertamente enseñando, aunque no menos a través de sus acciones, sus gestos, sus comportamientos.

Ahora que ha vuelto a Dios, a su lugar de Hijo, para prepararnos la morada, Jesús aparece plenamente en su verdadero papel de mediador, mediador que pone en nuestro camino a los demás mediadores. A estos guías espirituales, a estos maestros espirituales, se une la comunidad de nuestros hermanos del Atlas, en los que el hombre descubre hoy una sorprendente síntesis de los sufrimientos y de las esperanzas de nuestro tiempo.

Están cerca, nuestros hermanos, tanto, me atrevo a decir, que ahora viven misteriosamente en medio de nosotros y que nos guían con su enseñanza. En nuestro camino, están aún más cerca, nuestros beatos hermanos que interceden por nosotros ante el Padre, nuestros verdaderos hermanos que toman nuestras manos y aseguran nuestro camino.

Podemos hacernos esta pregunta: ¿conocían estos pocos hombres llamados por Jesús el alcance de su responsabilidad? Por supuesto que no. Y sin embargo, en su andadura tan sencilla y espontánea, en su amistad con los habitantes de las montañas de Tibhirine, es la eternidad y la transfiguración de la humanidad lo que ya está presente. Sí, cristianos, esperamos la eternidad. El padre Timothy Radcliffe decía que la eternidad no es lo que pasa al final del tiempo, cuando estamos muertos. La eternidad comienza ahora, cada vez que vivimos de la vida de Dios. Sucede cada vez que superamos el odio con el amor. Nuestros hermanos del Atlas vivían de la vida de Dios, esta vida no era una vida de éxtasis, una vida extraordinaria, era una vida muy sencilla, muy cercana a la nuestra, muy cercana a la de Cristo pobre y carpintero. Pero cada uno y cada día traían un poco más de paz, un poco más de justicia, un poco más de alegría, a pesar del dolor y lo trágico de la crisis en Argelia en aquella época.

Nuestros hermanos vivieron la vida de Dios, y poco a poco su vida se convirtió en oración. La oración de consentimiento en la vida monástica, una vida bien regulada y muy monótona, privada de grandes obras. La oración de confianza filial, la oración de aceptación y, por último, la oración de abandono a la gracia, a la vocación de mártires. La oración que era como un grito de amor que es lanzado hacia el cielo y que lo desgarra.

¡Qué suerte para nosotros! Ahora, con estos abogados, con estos magníficos mediadores, nada ni nadie, ni la muerte, ni los sentimientos de impotencia, podrán impedir al Señor arrastrar a toda nuestra comunidad hacia el cumplimiento final, hacia la eternidad de Dios. Pero también para atravesar las nubes de inseguridad de hoy.

Gracias, queridos hermanos, Christian, Luc, Michel, Christophe, Paul, Bruno y Célestin, por vuestra vida-oración investidos por el don del Espíritu, cuya alegría secreta será siempre establecer la comunión y restablecer la semejanza jugando con las diferencias, como decía P. Christian.

Y cuando nos sea dado encontrarnos de nuevo, lloraremos felices, cerca de vosotros en el paraíso, si le place a Dios, nuestro Padre. Amén. Inch Allah.