¡No quise ser un sacerdote que en nombre de su teología, desde mi habitación, habla de Dios a sus hermanos humanos…! – Por el contrario, había en mí, y hay todavía, una necesidad profunda, una necesidad imperiosa, de amor cada vez más verdadero, una necesidad de estar con (y no al lado) de los hombres mis hermanos, en igualdad.
¡Mejor aún, todos juntos, creyentes y no creyentes, practicantes o no, en el corazón de una vida compartida a lo largo de los días, lenta, progresivamente, buscar, buscar, el Espíritu que nos anima, para continuar unos con otros, concretamente, sobre la marcha, localmente y en otros lugares, para construir el mundo con un mejor espíritu de compartir, en lugar de soñar en las nubes la unidad, la universalidad!
El misterio de Cristo es tan inmenso que uno tiene derecho a dar preferencia a un aspecto u otro de su vida, gracias al análisis y la meditación que uno mismo ha hecho, ¡y con otros! – ¿No fue uno de los llamamientos urgentes que el Concilio Vaticano II dirigió a sacerdotes y cristianos? ¡Una Iglesia en el mundo, bien encarnada, y no a un lado, apartada, con privilegios y poderes!...
Por mi parte, por tanto, os confieso que estoy cada vez más impresionado por el misterio de Cristo en su Encarnación, Él, el igual a Dios, no ha utilizado sus privilegios de Hijo de Dios, se ha hecho en todo igual a los hombres; y sólo en el corazón de una larga encarnación, de un largo escondimiento, hasta el extremo del don total que puede hacer un hombre, recibe de Dios el Espíritu de vida para él y para todos sus hermanos.
¡Argelia sigue sangrando! ¡Nuestra hermana Odette asesinada el 10 de noviembre, la undécima desde mayo de 94 entre religiosos, religiosas, sacerdotes! [¡habrá más!] ¡Seguid orando con nosotros para que las balas que han acribillado su carne se transformen en semillas de vida, de paz, de libertad, de reconciliación, para el mundo y para Argelia en particular…! (27 de enero de 1996, dos meses antes del secuestro, carta a unos amigos)